domingo, 13 de diciembre de 2009

Sin final felíz

Entre el ya revoltijo de las sábanas, con la ropa tirada en el suelo, y otra poca colgada del borde de la cama. Con el suéter volando sin rumbo definido. Y un ansia que, sin duda, podría confundirse con desesperación. Entre la maraña de manos, brazos, piernas… pies. Entre la difícil tarea de desabrochar el bra con una sola mano. Entre los suspiros que se escapan, la respiración que se agita cada vez más, la mente en blanco; el corazón que late cada vez más fuerte y la ilusión que se absorbe con cada halo de pasión y que busca su fin y su principio en un solo beso.
Entre la atmósfera de algo perfecto que parece, que tiene toda la finta de eso que llamamos amor. Contando con una cama como escenario único, que de entrada cuenta con un acto y que en el mejor de los casos, será una obra sin fin. Entre sensaciones, emociones, sentimientos, reflejos, fuerza y hasta movilidad. ¿Por qué no?
Entre aire que no da chance de más y que protesta un reinicio. Entre prendas, unas que suben y otras que bajan. Ahí, en algo que se asimila a un poema perfecto, a la obra maestra, estando en el borde de lo sublime, de lo hermoso, de lo único y, también, hasta de lo prohibido; con ganas, simplemente. Ahí, entonces, ahí y solo ahí, ella dijo -¿Traes condón? . –Puta madre-, respondí.
David Hernández.