domingo, 24 de julio de 2011

Un pasado que desea ser nuestro presente


No era un hombre lo que el pueblo necesitaba, sino una idea que nos hiciera pensar como uno solo. Así lo entendía él, quien aquél día se preparaba para dar el mejor discurso que se ha dado en toda la historia de su país.
De paso firme y palabras imponentes era él. Quizá fue que lo entendió todo; lo que pasaba, lo que se necesitaba hacer y, por supuesto, el peso de la carga y el sacrificio requerido.
La gente se reunió puntual. Cada uno esperaba esas palabras que harían vibrar corazones, y que esa tarde serían la firma de aquel contrato redactado con sangre, entrega, sufrimiento, coraje y una lucha que cargaba a la eternidad en la espalda. Nadie podía faltar porque la persona de pie frente al micrófono eras tú, era yo, éramos nosotros.
La respuesta siempre estuvo ahí, oculta de la avaricia, de la mirada cobarde. Siempre obvia, siempre sabia. Sólo hacía falta quererla hacer para poderla ver.
Sin esperar a nadie, pues nadie faltaba, empezó:
-No vengo a esconderme detrás del cómodo estrado, me paro de frente a ustedes, completo, porque así debe de ser siempre. Hace algunos años una llama había encendido este corazón llamado patria, un fuego que no termina en cenizas pues de ellas nace; fue ella quien nos puso aquí, ahora, donde estamos. Pero no es un regodeo en la gloria de lo que vengo a hablarles, mucho menos a pintarles un hermoso mañana. No. He venido a advertirles de eso que hoy muchos podrían olvidar. Para que lo tengan presente, para que el tiempo no someta a nuestra victoria. Estoy aquí para no olvidar (…)
Y con la misma fuerza continuó. Llamó al hombre a no soltar la fibra de gallardía que lo llevó a conseguir una verdadera gloria, que no perdieran consciencia de los días duros, de las derrotas y los hermanos muertos. Trajo a la memoria los días más difíciles, los últimos días en guerra; con el camino lo suficientemente recorrido como para no volver atrás y cuando la rendición puede llegar a seducir a los combatientes. Continuó hasta llegar a la parte más importante: el final.
-Hoy es necesario, más que cualquier otra cosa, tener muy presente la siguiente advertencia: Nada es eterno. El mañana es una promesa, no sólo de lo que puedes conseguir, sino también de lo que podemos perder. Hoy hay gloria, mañana no la habrá si no la conquistamos de nuevo.
Esa tarde fue memorable, por eso hoy te la cuento. Esa fue la tarde de un pasado que desea ser nuestro presente.